viernes, 12 de agosto de 2011

“”ENCIENDE TU LUZ”

Más de tres décadas atrás, yo era un alumno de segundo año en la escuela secundaria grande en el sur de California. El cuerpo de tres mil doscientos estudiantes era un crisol de diferencias étnicas. El ambiente era difícil. Cuchillos, tubos, cadenas, mitones de bronce y en ocasiones, revólveres con silenciador era algo común. Las peleas y las actividades de las pandillas eran hechos cotidianos.

Después de un partido de fútbol en el otoño de 1959, abandone las gradas junto con mi novia. Mientras caminamos por la acera atestada de gente, alguien me dio un puntapié  desde atrás. Al darme la vuelta, me encontré con la pandilla local, armada con mitones de bronce, el primer golpe del ataque sin motivos me rompió la nariz, uno de los varios huesos que se Iván a romper durante la paliza. Los puños venían de todas las direcciones mientras los 15 miembros de la pandilla me rodeaban. Mas lesiones, una conmoción cerebral, hemorragias internas. Finalmente tuvieron que someterme a una cirugía. Mi medico me dijo que de haber sido golpeado una vez mas en la cabeza, era probable hubiese muerto. Afortunadamente no lo le hicieron daño a mi novia.
Después de mi recuperación desde el punto de vista medico, algunos amigos se acercaron a mí y m manifestaron:
-¡vamos a garrar a esos tipos!-

Esa era la manera en que se “resolvían” los problemas. Después de ser atacado, se convertía en una `prioridad emparejar los tantos. Una parte de mi dijo:” ¡sii! ”El sabor dulce de la venganza” era todas luces una opción.
Pero otra parte de mi hizo una pausa y dijo: “¡no!”. La venganza no resolvía nada. La historia había demostrado una y otra vez con total claridad que las represalias solo aceleraban e intensificaban los conflictos. Necesitábamos hacer algo diferente para quebrar esa infructuosa cadena de sucesos.
Mediante el trabajo con varios grupos étnicos, formamos lo que dimos en llamar “Comité de hermandad” para trabajar en el mejoramiento de las relaciones raciales. Me asombró saber cuánto interés tenían mis compañeros en construir un futuro más brillante. No todos se convencieron de la necesidad de hacer las cosas de manera diferente. Mientras un pequeño número de estudiantes, docentes y padres se oponían en forma activa a estos intercambios culturales cruzados, más y más individuos se unían al esfuerzo de lograr una diferencia positiva.

Dos años más tarde me postulé como presidente del centro de estudiantes. Aun cuando competía contra dos amigos, uno un héroe del fútbol y el otro una personalidad muy popular en el campus, una mayoría significativa de los tres mil doscientos estudiantes se unió a mí en el proceso de hacer las cosas de manera diferente. No voy a decir que los problemas raciales se resolvieron por completo. Sin embargo, hicimos importantes progresos en la construcción de puentes entre culturas, en aprender cómo hablar y relacionarnos con los distintos grupos étnicos, en resolver las diferencias sin recurrir a la violencia, y en generar confianza en las circunstancias más difíciles. ¡E sorprendente lo que sucede cuando las personas se deciden a conocerse!.

El ataque sufrido fue, sin lugar a dudas, uno de los momentos más duros de mi vida. Sin embargo, lo que aprendí acerca de responder con amor en lugar de devolver odio, ha sido una fuerza poderosa en mi vida. Encender tu luz en presencia de aquellos cuya luz es difusa, se convierte en la diferencia que marca la diferencia.

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